Radiografía de un hombre que tiene un libro por cada día de vida.
Felipe Ossa ya está pensionado. Ahora sus días empiezan tarde, con un café y el periódico. Unos días visita las librerías para asesorar a los vendedores y otros se la pasa entre citas con editores o amigos que cultiva gracias a la literatura. De niño decía que iba al colegio y se encerraba en el garaje a leer, estuvo meses sin asistir –lo que duró leyendo toda la obra de Arthur Conan Doyle-. Nunca pensó ser librero, en cambio, siempre soñó con pasarse la vida leyendo y las dos –como esas casualidades de la vida- sucedieron por azar y necesidad.
La Cali de los años 60’ era una cultura que iba a las mismas revoluciones que cualquier canción de Richie Rey y Bobby Cruz. Era la época de agitaciones en torno a la educación, la liberación sexual, la música, los derechos humanos y por supuesto la literatura. Cien años de soledad marcaba el boom de la literatura colombiana junto con Rayuela y La ciudad y los perros de Vargas Llosa. En este panorama la Librería Nacional abrió sus puertas y se convirtió en un lugar insigne de la tradición cultural no solo caleña sino nacional. Una librería que solo con su nombre evidenciaba la visión a largo plazo de un joven que se había ido a Cuba a buscar aventuras y promesas de vida y que ahora regresaba a su país de origen.
Solo una vez prestó un libro por amor –o más bien una colección entera de comics- a una vecina cuyo encanto le prometía amores idílicos. Sin embargo, ni existió el amor ni los comics volvieron a su dueño. Con esa única vez aprendió lo que significa aquella frase que cualquier amante de los libros se sabe de memoria: “tonto es quien presta un libro, y más tonto el que lo devuelve”.
Tras 56 años de librero su mayor enseñanza es no juzgar y entender que cada libro tiene un valor, que la gente al buscar un libro, busca más un remedio para el alma. Por eso, su profesión se parece más a la de un doctor que receta la medicina para el mal que aqueja, ya sea mal de amores -que para ese recomienda mejor una botella de Jack Daniels– o cualquier otra angustia que la vida propicie. La Nacional en ese sentido se enorgullece de tener libros de todo y por ser, como una vez un amigo le dijo, “el único show que no tiene cover”.
Usted entró muy joven a trabajar en la Librería Nacional. ¿Cuál fue la venta más significativa que recuerda haber hecho?
Hay que tener en cuenta el contexto histórico en el que yo entré a trabajar en la librería. Los años 60 se estaban generando una serie de movimientos culturales muy importantes, obviamente entre ellos el boom de la literatura colombiana, las revoluciones, el hipismo, la protesta contra los totalitarismos, el auge del marxismo, los movimientos guerrilleros que se propagaban por toda América Latina. Entré en un momento de gran efervescencia cultural. Por eso, Cien años de soledad, Rayuela La ciudad y los perros y los libros de Cabrera Infante eran lo más cotizados. Creo que había mucho fervor alrededor del libro, incluso más que ahora, los universitarios se preocupaban por tener a la mano todos los libros de los filósofos de la época. Nadie discutía si no tenía el libro a la mano.
Este año muchas obras clásicas o sus mismos autores están de aniversario. ¿Con qué frase describiría cada una de ellas?
Cien años de soledad:
En Cien años de soledad hay una explosión de imaginación. Y muchas cosas que si se leen cuidadosamente son premoniciones o incluso críticas de lo que ha sido Colombia. Hay una frase por ahí que dice Arcadio Buendía: “Están sucediendo cosas en el mundo y acá nosotros seguimos como los burros”. Y resulta que eso sigue igual.
Cien años de soledad es un libro eterno. Nunca dejará de venderse; yo lo he vendido desde que salió, sin pausa y sin medida en todas las ediciones. Una vez empecé a llevar la cuenta de los ejemplares que vendía en la librería y llegué a 85.000 ejemplares, ya se convirtió en una misión imposible de contar.
La vorágine:
La leí hace muchísimos años y es una novela que evidentemente tiene un componente lírico que correspondía al estilo de la época. Hoy en día si uno lo lee de pronto la encuentra demasiada rimbombante. “Antes de que me apasionara por mujer jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia” frase que yo la he transformado en “Antes de que me apasionara por mujer alguna jugué mi corazón al azar y me lo ganaron los comics”.
La María
Me la leí también siendo muy niño, creí encontrar en ella algo de erotismo y fracasé.
Juan Rulfo
Pedro Páramo y el Llano en llamas creo que son los dos monumentos literarios de la literatura latinoamericana y mundial. Me he leído muchas veces ambos y cada vez que uno lo lee encuentra cosas nuevas. Como decía Italo Calvino “un clásico es aquel libro que nunca termina de decirnos algo” y eso es exactamente lo que pasa con toda la obra de Rulfo.
Yo le doy la razón de que no tenía que escribir nada más. Es insuperable.
¡Que viva la música!
Conocí a Andrés Caicedo, iba muchísimo a la librería, era una persona muy tímida que incluso podía parecer antipático. El libro retrata muy bien el Cali de la época, la música y las pandillas juveniles y todo desde un punto de cierta clase social. Indudablemente muestra muy bien el ambiente. Sin embargo, no lo considero el Rimbaud de la literatura colombiana.
Un librero puede llegar a parecer un doctor que tiene la receta para curar múltiples males. ¿Qué libro recomendaría por ejemplo para un mal de amores?
Para un mal de amores recomiendo una botella de Jack Daniels Especial y una amiga para contarle las cosas, que se compadezca de uno. Sin embargo, desde mi experiencia, los libros que me han servido han sido Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda, La insoportable levedad del ser de Milán Kundera o El Amante de Margarite Duras.
No cabe duda de que el libro sí es un remedio para el alma y para muchas situaciones. La gente siempre busca en el libro un consuelo y una respuesta. También placer y distracción. Para quien ama los libros con locura, y ahí me incluyo, sabe que son como cualquier otro vicio. Hay gente que se compra un libro que hasta que no lo lee no compra otro, o sea no deja que se acumulen. Pero hay otros apasionados que siguen yendo a las librerías y ven un libro que les llama la atención y aún así lo compran. Sin embargo, no recomiendo que cuenten cuántos libros les falta para leer en comparación con su edad, eso solo lleva a angustias inabarcables.
¿Hay algún libro que haya prestado por amor y que no le hayan devuelto?
Desde hace muchísimos años yo ya no presto libros. Solo me pasó una vez y con esa aprendí. Cuando joven era aficionado a los cómics y a diferencia de mis compañeros yo no intercambiaba las revistas sino que las guardaba. Incluso recortaba los de los periódicos y los coleccionaba y así tenía cientos de cuadernos. En ese entonces tenía la colección de una tira cómica que se llamaba Dick Tracy, un famoso detective de los 40’; y tenía una vecina que era muy bonita. Ella me sedujo y en un arrebato de amor y locura accedí a prestársela. Lo único que me dio fue un beso en el cachete y nunca más volví a ver mis cómics. Más que perder el amor en ese momento me dolió perder mi colección, así que ese momento decidí que a las mujeres solo les prestaría mi cuerpo y nada más.
¿Qué piensa sobre la necesidad mercantil de categorizar la literatura escrita por mujeres como un nuevo fenómeno literario?
Yo no creo que exista la literatura masculina o femenina. Yo creo que existe la literatura. Y las mujeres escritoras existen desde hace mucho como George Sand, Jane Austen y Virginia Woolf. Flaubert decía que él tenía que convertirse en Madame Bovary para poder pensar como mujer y por eso decía que Madame Bovary era él mismo. La literatura femenina es tan importante como la masculina si hay que decir que existe una diferencia y sin embargo, no creo que la haya.
¿Qué piensa acerca del nuevo modelo de adaptación digital que incluye los préstamos digitales para reducir la piratería de libros? ¿Cree que debería ser un modelo que librerías y bibliotecas empiecen a utilizar?
Yo creo que ha habido un gran cambio, es decir que ha habido una revolución en esto de la comunicación y la información respecto a los libros. La gran revolución del libro fue la imprenta, gracias a la imprenta se pudo multiplicar la comunicación. Ahora con esta revolución digital no debemos temerle, es una prolongación más para que el libro, el conocimiento y la ficción, tengan una salida. Es una multiplicación de las posibilidades que tiene el libro. Siempre se ha dicho que una cosa al salir afectará la otra. Con la radio dijeron que ya nadie iba a leer, con el cine dijeron también que iba a morir el libro, y con la televisión dijeron que iba se iba a acabar el libro, la radio y el cine.
¿En algún momento pensó abrir su propia librería?
Nooo, jamás; y menos hoy en día y ni editor tampoco. Hay una frase de un famoso librero inglés que decía “con los libros sí se puede hacer plata a condición de que uno no los edite”. Yo pienso que hay miles de negocios más importantes, si usted quiere tener dinero o más capacidad económica. Yo entré a esto por azar y necesidad, yo no quería ser librero, yo quería ser lector. Y me fui enamorando de esto. Yo quería que las herencias de mi padre me sostuvieran toda la vida y yo leer y disfrutar de la vida toda la vida.
Amo las librerías, y a donde viajo intento visitarlas todas. Si tuviera mucho dinero tendría una librería con los libros que a mí me gustan y solo dejaría entrar a la gente que a mí me gusta. Tendría una librería para mis amigos.
Error: Could not authenticate you.
Desarrollado por Hipertexto - Netizen Digital Solutions. 2018 © Todos los derechos reservados.