Colaboración de Antonio Ortiz ( Panamericana)
El profesor ingresa a clase, hace un llamado a lista y pide que sus estudiantes abran el libro en la página treinta y seis. Allí, la pequeña Ángela, quien está a punto de cumplir quince años y está en grado octavo, se encuentra una frase que el profesor pide analizar
“La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”.
Ni ella ni sus compañeros logran comprender o descifrar el eslogan que se encuentra Winston, uno de los personajes principales de la distopía de George Orwell, 1984. Ha pasado más de minuto y medio desde que el profesor hizo la pregunta y el salón anda entre murmullos y rostros dubitativos, no exactamente porque estuvieran discutiendo las posibles respuestas sino porque no entienden la frase más allá de las palabras.
El profesor Sastre, un poco molesto e indignado, intenta guiar a sus estudiantes hacia las respuestas que él espera. Aunque algunos levantan tímidamente la mano para responder, Sastre se da cuenta que sus estudiantes poco o nada han leído, peor aún, que en sus rostros se ve la desidia por el texto y que esas respuestas corresponden a un acto obligado que busca conseguir una nota en clase. Estos lectores son llamados “analfabetas funcionales”, saben leer pero no leen.
Escenas como esta se ven a menudo en todos los colegios del mundo, no es extraño que profesores en búsqueda de un mejor nivel lecto- crítico, exijan a sus estudiantes más allá de sus habilidades de compresión lectora y los sometan a textos de alta complejidad sin respetar un proceso de transición. Los colegios estructuran su plan lector, no con el objetivo altruista de hacer que su comunidad estudiantil ame la literatura y que logren desarrollar su pensamiento crítico a través de ésta, sino que buscan incluir en su currículo piezas literarias que les ayuden a obtener mejores promedios en los exámenes de estado.
El amor por la lectura nace de manera natural en la infancia y se va diluyendo con el tiempo. Es triste ver como pasamos de tener niños que leen por su propia cuenta, a jóvenes que hacen a un lado los libros como si estos fueran un estorbo. Las críticas no se hacen esperar y los adultos nos lanzamos a juzgar a estos adolescentes sin darnos cuenta que los principales responsables de dicho desinterés lector, somos nosotros. Profesores que llevan más de un lustro o una década analizando los mismos textos, lo cual quiere decir que sólo se les ve en su escritorio el mismo libro año tras año. Las preguntas son las mismas, las evaluaciones son iguales y las actividades no se diferencian con el pasar del tiempo, el profesor no sale de su zona de confort por lo que sus estudiantes no observan ningún entusiasmo y responden de la misma manera. Los padres les exigen a sus hijos leer pero tampoco se les ve con un libro en la mano, por el contrario, creen que ya no hay que leer más, pues su experiencia y bagaje cultural son suficientes.
Así, sin referentes o modelos que los guíen a través del mundo literario, los jóvenes pierden el encanto por descubrir lo que hay detrás de cada portada. Cuando se enfrentan a textos complejos, simplemente o no han desarrollado el hábito lector o no están preparados de manera estructurada para analizarlos. Todos de alguna manera hacemos lo que más nos motiva, por eso para fortalecer y enamorar a nuevos lectores, debemos entregarle lecturas con las cuales ellos se sientan identificados ya sea con los personajes y sus conflictos o con las situaciones vividas por ellos.
La Iliada, La Odisea, Rayuela, son algunos libros que desde muy temprana edad son lectura obligada y para las cuales estos jóvenes no están preparados. Muchos buscan resúmenes en páginas especializadas y presentan trabajos sin hacer citaciones. Como resultado pasan la materia de manera inexplicable sin haber leído el texto y se sienten más que satisfechos por la labor realizada. Si bien es cierto, estos textos son de interés general, también es cierto que debe haber un proceso para el cual, el trampolín debe ser la literatura juvenil.
La narrativa contemporánea logra capturar en esencia a nuevos lectores que poco a poco desarrollan más capacidad crítica y así van subiendo de nivel. Harry Potter logró conseguir que toda una generación se volviera ´adicta’ a esta clase de historias, después de ahí, muchos crecieron buscando géneros literarios que llenaran sus expectativas. Por eso hemos visto como las editoriales apuntan su artillería para conseguir más y más lectores adolescentes. Los movimientos de escritores para jóvenes adultos (Young Writers Association), son más y más frecuentes en distintas latitudes. Ferias de literatura juvenil toman fuerza en grandes capitales del mundo, un gran ejemplo, La Movida Juvenil en Argentina, que se ha tomado Buenos Aires, Córdoba y Mendoza, invitando decenas de autores entre los que destacan Benito Taibo, Javier Ruescas, Adam Silvera, Elvira Sastre, Sara Búho entre otros, y que cuenta con cientos de miles de jóvenes lectores.
Para muchos puristas como el profesor Sastre, esto es una herejía. Pensar que esta parte del proceso se le pueda llamar “literatura” para muchos como él, significa un retroceso, lo que no alcanzan a comprender estos puristas, es que el mundo cambia y, los escritores de LIJ llegamos con nuestras obras como el eslabón perdido para hacer que aquellos que andan en el ´analfabetismo funcional´ se enamoren de las letras, la poesía y la literatura en general.
“La literatura se asfixia día a día por exceso de convencionalismos y de seriedad”.
Julio Cortazar
Error: Could not authenticate you.
Desarrollado por Hipertexto - Netizen Digital Solutions. 2018 © Todos los derechos reservados.