En la residencia de Jorge Valencia Jaramillo y Beatriz de
Valencia –los dos de pie–, el director de la revista Cromos
Julio Andrés Camacho –sentado a la izquierda– y
María Kodama, viuda de Jorge Luis Borges, invitada
especial a esta feria. A su izquierda, Luis Enrique Nieto,
autor de la crónica.
Fontanarrosa fue el tipo más perseguido de la feria. Su
humor lo dejó para las cosas serias y las cosas serias las
soltó cuando se le atravesaban preguntas torpemente
cómicas.
Cámara
Colombiana
del Libro
que lo llevara hasta el recinto ferial
y no retrasar así más la ceremonia.
Óscar Pérez, presidente de Corferias,
se dirigió mientras tanto a las personalidades
culturales y políticas de un
auditorio colmado y expectante. Llevo
casi treinta años entre pabellones feriales,
por lo que, creo, había perdido un poco
de sensibilidad por algunas cosas. Pero la
Feria Internacional del Libro me rescató
esos sentimientos, alcanzó a recordar el
hombre que había aceptado en 1958
tomar las riendas de la Corporación
de Ferias y que le había dicho a
Valencia Jaramillo, cuando hablaron
por primera vez del tema, que era hora de dejar el miedo atrás y
hacer un evento mayúsculo. Con lo que me ha dicho, basta y sobra. Lo
haremos juntos, le aseguró entonces.
Jorge Valencia finalmente entró al auditorio, se dirigió al escenario,
aún con la angustia de haberse subido por primera vez en una
moto –algo que había evitado tras la pérdida de un hermano suyo
en esas circunstancias–, y algunos minutos después se ubicó detrás
del atril sin dar explicación alguna. Se acomodó el traje, que había
estado a merced de la intemperie; miró hacia el auditorio, en el que
se encontraban más de cien escritores colombianos invitados y en
el que en la primera fila se destacaba María Kodama, la viuda del
escritor argentino Jorge Luis Borges; hizo los saludos protocolarios,
al presidente Virgilio Barco y a las personalidades del gobierno y
leyó las primeras frases que marcaron la historia del evento naciente
ese 29 de abril de 1988:
«No habrá esclavos en Colombia. El que, siendo esclavo, pise el territorio
de la república, quedará libre».
Hace más de cien años reza así nuestra Constitución. ¿Quién es más esclavo,
me pregunto yo esta tarde, que aquel que no sabe leer o que, aun
sabiendo, no lee y desconoce así el universo, todo el infinito que hay detrás
de un libro?
Por eso en la Constitución debería estar igualmente consignado, en letras
doradas y mayúsculas, un principio fundamental que dijera: «Todo colombiano
tendrá derecho a leer. La autoridad que impida o no colabore
en el ejercicio de este derecho será declarada indigna y destituida de inmediato
».
A Jorge Valencia, a su equipo y a Óscar Pérez les habían dicho
desde todos los sectores que era imposible organizar una feria de
semejantes proporciones. La Feria de Frankfurt albergaba ese año
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