
La participación de diferentes regiones del país como se
estableció desde el principio, es registrada en esta crónica,
también de El Espectador, publicada el 2 de mayo.
Pero ¿qué figura internacional traer? Dos años antes había muerto
el gran escritor argentino Jorge Luis Borges. En 1978, siendo alcalde
de Medellín, Jorge Valencia había llevado a Borges a esa ciudad, y
este viajó en compañía de María Kodama, su esposa. Un año después
del fallecimiento lograron convencer a la ahora viuda para
que asistiera a la primera edición de la Feria del Libro y contara
detalles de la vida del autor. Lo conocí a los cinco años, cuando escuché
de la voz de una mujer el poema de Borges que decía «Estoy tratando de
sobornarte con incertidumbre, con peligro y con mi fracaso». Desde entonces
me conmovieron su soledad y humanidad. Ambos nos acercamos
a través del inglés antiguo y del islandés años después, narró ante los
asistentes a su multitudinaria charla.
Kodama no era la única sorpresa de una feria que en su primera
edición venía cargada de actividades. El equipo organizador creó y
convocó el Congreso Internacional de Escritores, en el que participaron
el ecuatoriano Miguel Donoso, el mexicano José Emilio Pacheco,
el venezolano Luis Britto, los cubanos Eliseo Diego y Víctor
Rodríguez, el argentino Fontanarrosa, y colombianos de la talla de
Manuel Mejía Vallejo, Maruja Vieira, Álvaro Mutis, Germán Vargas,
Fernando Cruz Kronfly y Germán Espinosa.
Adicionalmente, se estableció el Café Cuartilla, un espacio para
charlar y crear debates alrededor del periodismo cultural, en el
que participaron de manera simultánea un escritor internacional
y uno colombiano para poner temas de debate sobre, por ejemplo,
por qué la cultura ya no era
noticia. En paralelo, se les dio
una notable importancia a las
regiones: cada día de feria se
diseñó una programación que
les abrió campo a los veintidós
departamentos participantes
y que los agrupó en torno a
talleres literarios, aparte de
que les permitió un espacio de
encuentro que, en muchos casos,
terminó convertido en una
fiesta memorable.
Fue tan ambiciosa esa primera
Feria Internacional del Libro
que, de entrada, y de la mano
de la Unión Nacional de Escritores,
se apostó por la creación
de un Banco de Originales: se
aceptaron obras de todos los
géneros, tanto literarias como
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