Al abrir el catálogo oficial de la feria, cuya carátula se ve
en la página anterior, aparecía el plano general de Corferias,
con los salones bautizados con los nombres de los
más prominentes escritores colombianos.
Nota publicada en El Espectador el domingo 8 de mayo,
un día antes de que se terminara la feria, elogiando la
labor desarrollada por sus gestores.
Cámara
Colombiana
del Libro
periodísticas, para ponerlas a consideración de las editoriales. Al
final de los diez días de feria se recibieron setenta novelas.
Así mismo, se celebró el Encuentro de Suplementos y Revistas
Literarias, se le hizo un homenaje a la escritora colombiana Elisa
Mújica, se organizó un Congreso Nacional de Escritores, se llevó a
cabo una muestra periodística curada por el CPB, y hubo talleres
de artes gráficas, un concurso de musicalización de poemas colombianos
que convocó a decenas de músicos, al igual que jornadas de
periodismo cultural radial.
Además, se inauguró el Pabellón Infantil Rafael Pombo, una novedad
mundial que nació tras revisar las bajísimas cifras de lectura
del país, con la firme intención de cambiarlas. En total, 11.065 niños
de 58 colegios visitaron los pabellones. Desde entonces, se ha mantenido
presente como un estandarte de la Filbo y ha sido imitado
en ferias de casi todo el mundo.
En medio de un intenso agite, el 9 de mayo de 1988 se cerró la primera
Feria Internacional del Libro con una conferencia y concierto
de Rafael Escalona y Egidio Cuadrado.
En la memoria de los asistentes quedaron las participaciones teatrales
de la Libélula Dorada, la aparición por primera vez de los
caricaturistas en un espacio propio, la presencia del cine colombiano
con la cinta Las voces del diablo –sobre el escritor Manuel Mejía
Vallejo–, la musicalización de poemas con tiples, la fundación de
la Federación Nacional de Talleres de Creación Literaria, la realización
mensual del taller de periodismo cultural Café Cuartilla, la
celebración del Encuentro Internacional de Escritores, la generación
de un espacio especial en las Jornadas Profesionales dedicado
a formar libreros, y la participación activa de la Fundación Rafael
Pombo en el Pabellón Infantil.
Pero sobre todo, los 430 eventos exitosos, para un promedio de 43
diarios, que movilizaron a 110.000 personas en Bogotá durante 10
días.
Al final, el éxito fue tal que nadie se enteró de la llegada en moto de
Valencia Jaramillo a la ceremonia inaugural ni del hecho de que las
tablas de programación se hicieron infinidad de veces sin las facilidades
de un computador, o de que 1.200 personas trabajaron en la
Filbo, 80 de ellas ad honorem por el gusto de apoyar la realización
del primer gran encuentro cultural del país. Sólo quedaron el gusto
del deber cumplido y la certeza de que se había puesto la primera
piedra para seguir creciendo. Era apenas un primer paso. Vendrían
muchos, muchos más.
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