Todo un acontecimiento para los asistentes al pabellón
alemán fue poder admirar la copia de la imprenta de
tipos móviles utilizada por Johannes Gutenberg hace casi
seis siglos. Este revolucionario artefacto fue operado por
un experto del Museo Gutenberg, de Mainz, Alemania.
Cámara
Colombiana
del Libro
tros de las letras colombianas: les rindió tributo a Elisa Mújica,
Héctor Rojas Herazo, Darío Achury Valenzuela y Arnoldo Palacios,
a quienes el presidente Ernesto Samper Pizano condecoró con la
Cruz de Boyacá durante la inauguración del certamen.
Para esa edición, la Filbo tuvo un aumento importante en participación
de países, para un total de veinte, además de Alemania. Las
actividades culturales aumentaron considerablemente y se abrieron
espacios para centenares de conferencias, talleres juveniles e
infantiles, y otras expresiones artísticas como los foros de cine o los
encuentros de escritores.
Una de las mayores atracciones de aquella Feria fue, sin duda, el
Encuentro Internacional de Escritores. La escritora Rosa Montero
acudió por primera vez y su libro La hija del caníbal fue uno de los
más vendidos, así como Bestiario tropical, de Alfredo Iriarte, y El
Karina y La muerte de Giacomo Turra, de Germán Castro Caycedo.
Otros invitados de la comitiva alemana fueron Peter Schultze-Kraft,
Hans Ulrich Gumbrecht, Jonathan Purkis, Ricardo Bada, Marcelo
Cohen,, los cubanos José Aníbal
Campos y Eliseo Alberto,
la brasileña Carmen Janssen,
el nicaragüense Sergio Ramírez,
el marroquí Mohamed
Berrada y el venezolano Salvador
Garmendia. Por Colombia,
Germán Espinosa y R.H. Moreno
Durán.
Los niños y jóvenes siguieron
siendo prioridad en la invariable
apuesta de la Cámara
Colombiana del Libro por
cultivar los lectores del mañana.
De hecho, en esa ocasión,
las tres cuartas partes de los
asistentes a la Filbo estuvieron
entre los dieciocho y veinticinco
años. Para los más pequeños hubo talleres creativos, cine y la infaltable
Hora del Cuento, con un atractivo adicional: la exposición
itinerante de Unicef sobre los derechos del niño mediante juegos
de computador, fotografías, afiches y caricaturas. Los jóvenes también
tuvieron un espacio para navegar gratis por el ciberespacio
en Internet Café, un pabellón novedoso, además de participar en
talleres de títeres, de scouts y de periódico mural.
La fiebre por lo digital crecía, aunque los computadores aún fueran
un bien escaso: en el pabellón de los libros técnicos era donde más
abundaba la edición electrónica. Además, los computadores insta-
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