pradores internacionales, 1.305 talleres para jóvenes y el ingreso de
139.418 de ellos durante los días de apertura al público, para un gran
total de 350.547 visitantes, dieron cuenta del impacto que tuvo la
Feria.
Pero la alegría no estuvo sólo en esas cifras de ingreso a Corferias o
en el hecho de que ese año la Cámara del Libro contara en sus registros
con más de 64.000 títulos en Colombia, sino que más del 74% de
los asistentes salieron con un libro bajo el brazo, en una edición en
que las grandes novedades editoriales fueron Sin tregua, de Germán
Castro Caycedo; El paraíso en la otra esquina, de Mario Vargas Llosa;
Vivir para contarla, de Gabriel García Márquez, y Semillas de odio, de
Gordon Thomas. El voz a voz corrió con fuerza por el mundo: grandes
autores tomaban la decisión de llegar al país. La misma Susan
Sontag salió a contar a los medios mundiales que el fervor por la
lectura era tal en Colombia, que más de mil personas se agolparon
para oírla en un salón desbordado de seguidores.
Había público y fervor por los autores. Y eso atraería a muchos más.
El Pabellón 6 ya era en ese punto un emblema de la nutrida
y cada vez más fuerte industria editorial en el país.
En el segundo piso, los libros clásicos, las instituciones
e incluso los escritores asisten para ofrecer su trabajo y
entablar relaciones comerciales.
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