Así reseñó el periódico El Espectador el comienzo de la
feria, el 29 de abril. La ilustración es del reconocido caricaturista
Cámara
Colombiana
del Libro
f i l b o 30
Álvaro Donado.
72 millones de dólares en libros y el premio Nobel de Literatura de
1982, Gabriel García Márquez, había hecho que el mundo volteara
a mirar qué más sucedía en las letras de Colombia. Había que hacer
algo.
Y es que Colombia vivía una de las épocas más complicadas de su
historia: se libraba con intensidad la guerra contra el narcotráfico y
el miedo invadía a los habitantes de una nación que veía caer a sus
líderes. La Primera Feria Internacional del Libro era, en medio de
ese complejo momento nacional, una apuesta por la esperanza.
Para atraer a los visitantes, la estrategia fue sencilla: se abrirían las
puertas a las diez de la mañana y se cerrarían a las ocho de la noche;
se les ofrecería un 10% de descuento a los visitantes en todos
los libros dentro del recinto y se bautizarían los salones de charlas
con nombres de escritores célebres de Colombia que ya hubieran
fallecido. Y claro, habría libros con descuento, charlas y encuentros
con los autores. Fuera de eso, se celebrarían los 450 años de la fundación
de Bogotá, con el apoyo de la Alcaldía Mayor, del Círculo
de Periodistas de Bogotá (CPB), la Orquesta Filarmónica de Bogotá
(OFB), la Unión Nacional de Escritores (UNE), el Instituto Colombiano
de Cultura (Colcultura) y el Centro Regional para el Fomento
del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc).